Pues no menos peso tienen en su biografía ejemplos incontestables del más fecundo subsuelo australiano como The Butcher Shop, The Cruel Sea, Tex, Don and Charlie, Tex Perkins and the Dark Horses o incluso The Man in Black (exitosa y original recreación en directo de la vida y obra de Johnny Cash), empecinados en efectuar una extraordinaria relectura del legado musical americano, dotándolo de fibrosa e inquietante personalidad, de pasión turbulenta y/o electricidad brutal.
Es bien comprensible que saliváramos cuando Perkins calificó al primer trabajo de The Ape como el disco de su vida, pero la sorpresa del resultado no es esa excelencia artística a la que su máximo responsable nos ha acostumbrado, sino que (artista valiente) haya optado por uno de los caminos menos obvios para volver a desembocar en ella. No haya nada en The Ape que siga fórmulas preestablecidas, que retome o culmine directamente alguno de los proyectos anteriores, y sin embargo no deja de sonar absolutamente intransferible desde el mismo momento en el que, con chulería, se califica como “un hombre con una misión”. El resultado es magnético pero misteriosamente indescifrable, pese a que en principio los ingredientes parezcan haberse reducido y la música nos asalte con engañosa parquedad. Se atisban a veces elementos confesionales o explícitamente líricos (la melancolía tabernaria de la irresistible Gonna Make You Love Me, por ejemplo), pero no hay coartadas legitimadoras o peajes de aburrida madurez. Y por supuesto, pervive en estas canciones ese temperamento casi animal y ligeramente hosco tan caro a su autor, aunque en ningún momento se llegue a él sirviéndose de una descarga de energía obvia o gratuita, lo que hace del resultado algo natural y orgánico, como ya sucedía en el nunca suficientemente ponderado "Little animals" de The Beasts Of Bourbon, que bien podría tomarse como el origen en bruto de lo aquí comentado. Más bien podríamos hablar de destilación, de reducción de elementos, de controlar las riendas de la montura sin que ésta deje de avanzar imparable, con paso lento pero pisada profunda.
Estamos aquí en terreno bien conocido, pero es mérito de Perkins -y de su banda: Raul Sanchez (Magic Dirt) a la guitarra, Gus Agars (The Dark Horses) a la batería, Pat Bourke al bajo y al piano- empapar lo más duro y macho de los años setenta con un espeso líquido de negritud callejera de explícita atmósfera sexual para otorgar irresistible sabor a un puñado de riffs certeros y repetitivos. Semejante material pide a gritos su pronta traducción a un escenario que Perkins ha demostrado controlar como el Dios del Antiguo Testamento, con lo que el anuncio de su gira no podría hacernos más dichosos.
José Luis Torrelavega.
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