Es inevitable recordar que Madonna es, paradójicamente, el príncipe azul del cuento protagonizado por el trío de Iparralde. La diva del pop fue quien, tras conocerlo en el verano de 2011, tuvo a bien mostrar al mundo el arte de Kalakan durante su gira MDNA. El magnetismo de una artista alejada del folclor y la world music puso en el escaparate las muchas bondades de una propuesta musical algo minimalista, plena de ritmo y de corte tradicional, pero nada anquilosada. Los propios artistas se apoyan en el poemario de Joxean Artze al afirmar que beben agua nueva de la fuente vieja.
Un disco recoge sus cantos a tres voces, en euskera y cargados de una profundidad acrecentada por tronar de tambores y el abrigo de una instrumentación que incluye txalaparta y flautas. Su sonido está pegado a esta tierra, a sus paisajes y su actividad; pero el dinamismo de su planteamiento, su limpia revisión de lo popular, hace que no chirríe en absoluto como exponente de la música facturada en el siglo XXI.
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